miércoles, 3 de junio de 2015



¿En qué mar estaría nadando?
Encontré un cuaderno, en un desordenado cajón de mi habitación.
 Era blanco, como la inocencia misma de la edad que lo había cargado.
Estaba cubierto con nylon, para evitar el daño del tiempo.
 Descansó en ese cuarto de madera por años, el tiempo  suficiente para guardar mis primeros escritos.
Lo abrí con lentitud, expectante,  y reconocí mis infantiles trazos.
 Me remonté a antaño,
Y me vi…
 Con una docena de inviernos  y ayudada por mi inútil mano zurda.
 Entre dibujos y garabatos, relataba sensaciones y experiencias.
  Contaba la historia de una niña solitaria que deseaba ser delfín.
Continúe leyendo, y entre esas líneas, me vi casi veinte años después.
 Intentaba responder una pregunta  que  de  niña escribí alguna vez
¿En qué mar estaría nadando?
Mis párpados cayeron pesadamente. Quedé descolocada por unos segundos.
¿Qué significaba y a quién se refería esa pregunta? ¿A la niña delfín o a la mujer solitaria que esa niña sabía que algún día sería?  ,
Quizás no era para mí la pregunta, pero la tomé como propia, como algo  personal.
Y me adentré en mis mares, en las aguas en las que se sumergieron mis enclenques extremidades.  Y  me encontré tocando baldosas de mar.
Los sonidos se convirtieron en ondas amorfas con sílabas densas.
Estaba en un mar profundo del cual estaba lejos la salida.
Peces moribundos pegaban sus escamosos cuerpos en el fondo, como imanes,
y se retorcían ante estímulos invisibles para mi vista.
Las algas con sus dedos verdes y viscosos  susurraban mi nombre,
querían retenerme en ese fondo, apretarme contra sus prótalos, jurarme sumisión eterna.
Unos segundos pasaron y la  respiración comenzó a faltarme y deseé salir de esa inmensidad,
Choqué con remolinos marinos; mi Norte se alejaba, de a ratos se acercaba.
La liviandad de mi cuerpo me generó temor, me miraba a mí misma para  saber si  me había despojado de mi  masa de carne.
Y seguí ascendiendo, con la piel tornasolando a lila,
 sintiendo la velocidad de la corriente sanguínea y el  crujir de mis articulaciones con cada movimiento.
 Y en ese pesaroso ascenso a la superficie, me empecé a desarmar.
 Mis piernas se despegaron  de mi ser, sin culpa,
 y se fueron a las profundidades del mar, seducidas por  las algas.
Mis brazos  atraídos por oscuros y solitarios remolinos  se dirigieron a lugares jamás visitados.
Mi torso, con torpes movimientos de alguna extinta cadera, se unió a un multitudinario cardumen  de peces mellizos.
. Y  quedamos  mi cabeza y yo, en un nuevo mar, uno infinito, receptor del calor de algunos rayos de sol. Un mar que permitía ver a otras especies,  no comprendidas por mi mente,  pero que me permitían  tocar sus pieles y admirar sus evoluciones.
 Y en ese acuoso sitio, hallé mi respuesta a esa niña, que preguntó desde algún  fantasioso pasado,  ¿ En qué mar estaría nadando?
Estaba en todos los mares,  y en cada uno de ellos.
Mis partes mortales flotaban  de un modo blasfemo en el interior de esas sacras profundidades;  pues  mi mente, canalla, se situaba al margen de todos , sin ser parte de ellos.
  Y ahí comprendí, que mi final sería  diferente al de la niña delfín, yo no me convertiría en nada… solo me desarmaría.