¿En qué mar estaría nadando?
Encontré un cuaderno, en un desordenado cajón de mi
habitación.
Era blanco, como la
inocencia misma de la edad que lo había cargado.
Estaba cubierto con nylon, para evitar el daño del tiempo.
Descansó en ese
cuarto de madera por años, el tiempo suficiente para guardar mis primeros escritos.
Lo abrí con lentitud, expectante, y reconocí mis infantiles trazos.
Me remonté a antaño,
Y me vi…
Con una docena de
inviernos y ayudada por mi inútil mano
zurda.
Entre dibujos y garabatos,
relataba sensaciones y experiencias.
Contaba la historia de una niña solitaria que
deseaba ser delfín.
Continúe leyendo, y entre esas líneas, me vi casi veinte
años después.
Intentaba responder
una pregunta que de niña escribí alguna vez
¿En qué mar estaría nadando?
Mis párpados cayeron pesadamente. Quedé descolocada por unos
segundos.
¿Qué significaba y a quién se refería esa pregunta? ¿A la
niña delfín o a la mujer solitaria que esa niña sabía que algún día sería? ,
Quizás no era para mí la pregunta, pero la tomé como propia,
como algo personal.
Y me adentré en mis mares, en las aguas en las que se
sumergieron mis enclenques extremidades.
Y me encontré tocando baldosas de
mar.
Los sonidos se convirtieron en ondas amorfas con sílabas densas.
Estaba en un mar profundo del cual estaba lejos la salida.
Peces moribundos pegaban sus escamosos cuerpos en el fondo,
como imanes,
y se retorcían ante estímulos invisibles para mi vista.
Las algas con sus dedos verdes y viscosos susurraban mi nombre,
querían retenerme en ese fondo, apretarme contra sus prótalos,
jurarme sumisión eterna.
Unos segundos pasaron y la
respiración comenzó a faltarme y deseé salir de esa inmensidad,
Choqué con remolinos marinos; mi Norte se alejaba, de a
ratos se acercaba.
La liviandad de mi cuerpo me generó temor, me miraba a mí
misma para saber si me había despojado de mi masa de carne.
Y seguí ascendiendo, con la piel tornasolando a lila,
sintiendo la
velocidad de la corriente sanguínea y el crujir de mis articulaciones con cada
movimiento.
Y en ese pesaroso
ascenso a la superficie, me empecé a desarmar.
Mis piernas se
despegaron de mi ser, sin culpa,
y se fueron a las
profundidades del mar, seducidas por las
algas.
Mis brazos atraídos
por oscuros y solitarios remolinos se dirigieron
a lugares jamás visitados.
Mi torso, con torpes movimientos de alguna extinta cadera, se
unió a un multitudinario cardumen de
peces mellizos.
. Y quedamos mi cabeza y yo, en un nuevo mar, uno infinito,
receptor del calor de algunos rayos de sol. Un mar que permitía ver a otras
especies, no comprendidas por mi mente, pero que me permitían tocar sus pieles y admirar sus evoluciones.
Y en ese acuoso
sitio, hallé mi respuesta a esa niña, que preguntó desde algún fantasioso pasado, ¿ En qué mar estaría nadando?
Estaba en todos los mares, y en cada uno de ellos.
Mis partes mortales flotaban de un modo blasfemo en el interior de esas
sacras profundidades; pues mi mente, canalla, se situaba al margen de
todos , sin ser parte de ellos.
Y ahí comprendí, que mi final sería diferente al de la niña delfín, yo no me convertiría
en nada… solo me desarmaría.
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